El regreso de vacaciones suele ser triste para
muchos porque representa el final del buen tiempo, de los días largos con luz,
el tapeo en las terrazas, los baños en la playa y en la piscina, en definitiva supone
el regreso a la rutina diaria más sobria y programada.
Cada año al aproximarse el final del verano las
playas comienzan a verse casi desiertas ya que en general Septiembre no se
asocia con un mes para bañarse o tomar el sol. Sin embargo para mí es el mejor
momento del año para poder disfrutar de las playas en todos su esplendor,
porque las sensaciones experimentadas un día de playa en dicho mes cambian por
completo e incluso son sensaciones agradables para aquellos que no les gusta
broncearse en pleno verano.
Por un lado el agua del mar se encuentra a una
temperatura alrededor de 24ºC por lo que zambullirse en el agua impresiona
mucho menos sobre todo para los bañistas friolero/as como yo. Además se puede
disfrutar con toda tranquilidad del sonido de las olas del mar que se convierte
en un hilo musical que te acompaña durante horas, sin necesidad de buscar una
cala o playa apartada que no esté repleta de bañistas o llevarte música para no
escuchar al vecino de alado.
Por otra parte, la tierra comienza a alejarse del
sol y el mar adquiere una tonalidad plateada pues al encontrarse el astro mucho
más bajo y perpendicular, crea un reflejo en el agua de destellos brillantes
que ilumina el mar lo que provoca una atmósfera casi mágica. El calor ya no es
tan intenso, hay mucho menos peligro de quemarse por lo que casi no es
necesario embadurnarse de cremas y también es difícil ver vendedores ambulantes
que interrumpan el dulce momento. Y como añadido gaviotas y palomas se aproximan
a la playa sin aprensión para buscar algún resto de comida de algún bañista lo
que hace sentirte más cerca de la naturaleza.
Mi recomendación
Déjate un par de días de vacaciones de verano para
hacerlos entre semana durante el mes de Septiembre y acude a tu playa habitual
para disfrutarla de manera relajada, apacible y casi espiritual.
“Eramos yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo. Uno de los dos
faltaba”
(Antonio Pochia)
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