En muchas ciudades del mundo y sobre todo en países asiáticos la circulación del tráfico es un auténtico frenesí ya que no existen normas, semáforos o señales que pongan un orden.
Es por eso que el sonido del claxon es el único instrumento de comunicación "generosamente" utilizado por sus ciudadanos, que a su vez se convierte en la voz de esos conductores que "negocian" su paso dentro de la enorme furia de circulación que invade las calles.
Para los occidentales la contaminación acústica se hace insoportable nada más llegar y se necesita un tiempo de adaptación, no sólo para el clima, los horarios o la comida sino también para entender el significado de los sonidos. Por eso es necesario distinguir los diferentes timbres de las bocinas para aprender a circular por las calles convertidas en verdaderas “junglas sin control".
A pesar de todo y por muy sorprendente que parezca, dentro del gran desorden circulatorio ocurren muy pocos accidentes al día, aunque cruzar a pie las calles de una ciudad sin control se convierte en una experiencia mucho más inquietante que subir a la montaña rusa más alta del mundo.
El subidón de adrenalina se dispara por segundos cuando al situarte en el borde de la acera para intentar cruzar al otro lado de la calle te invade un río de vehículos, una algarabía de motos, bicicletas, carros, animales que circulan desordenadamente por todas direcciones. Es entonces cuando en ese momento se crea un diálogo entre conductores y peatones a través de sus cláxones.
Por ejemplo, una señal única muy muy larga significa que el vehículo en cuestión va a pasar primero y si la señal es breve pero repetida entonces significa que cede el paso. La dificultad está en distinguir los diferentes timbres de tantas bocinas que se escuchan constantemente, por lo que no te queda más remedio que intentar mirar a los ojos de los conductores para “deducir” sus intenciones.
Y si además la calle o carretera es muy amplia se tienen que pasar o ceder el paso entre 6 o varias filas de vehículos que circulan por doquier por los diferentes carriles imaginarios. La situación se convierte casi en una vivencia de video juego donde el peatón se encuentra indefenso en medio de un enjambre de vehículos sin control y conseguir llegar al otro lado de la calle sano y salvo se convierte en una hazaña de super heroe.
A todas estas emociones hay que sumarle la invasión del aparcamiento en las aceras llenas de motos, puestos callejeros, gente sentada charlando que además hacen imposible transitar por la calle con normalidad.
No me extraña que practiquen yoga, taichi o realicen meditación a diario ... !!!
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