El Taoísmo se basa en tres virtudes, la paz, la
tranquilidad y el silencio y predica que el ser humano ha de alejarse de lo
sensorial, ser sencillo y no tener pretensiones. Por ello su objetivo principal es alcanzar la
inmortalidad entendida como longevidad en plenitud, inalcanzable y eterna.
El Tao se le llama al descubrimiento del camino cuyo origen
está en del cielo y la tierra, es decir la fuerza superior regulada por el yin
(fuerza pasiva, femenina, húmeda) y el yang (fuerza
activa, masculina, seca). Por tanto los patrones del Tao se basan en la
naturaleza cíclica de sus constantes movimientos y cambios basándose en el
concepto de que todos los desarrollos de la naturaleza y de las situaciones
humanas muestran patrones cíclicos de ir y venir, idea deducida a partir de los
movimientos del Sol y la Luna y del cambio de estaciones.
“El yang habiendo llegado a su clímax retrocede a favor del yin; el
yin llegando a su máximo, retrocede a favor del yang” (diagrama del Último
Supremo)
Por tanto el Taoísmo se basa en la observación de la
naturaleza y propone realizar acciones no naturales, es decir que las cosas
sigan su curso originario sin forzar las acciones y es por eso que al verdadero
taoísta se le considerado un ermitaño porque sigue el curso de la naturaleza y para
ellos es la manera de alcanzar la felicidad completa.
Hoy en día el taoísmo está en decadencia quizá porque vivimos
en un mundo de tecnologías y en constante y frenética evolución pero aún existe
un paralelismo en ciertos conceptos del Taoísmo sobre la visión del mundo como es
el ecosistema. Es por eso que quizás sea hora de volver a recuperar su doctrina
en nuestro siglo XXI para aprender a ser más respetuosos con la madre tierra que
desgraciadamente está en decadencia pero cuyo futuro está solamente en nuestras
manos.
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